Nuestro país ha enmarcado el desarrollo nacional, dentro del modelo de denominado desarrollo sostenible. Colombia de hecho fue la primera nación que lo incluyó en la Constitución Política en 1991, un año antes de que se consagrara en la Declaración de Río de Janeiro.
Lo que surge de estas premisas es que debe
haber desarrollo (progreso, satisfacción de las necesidades crecientes de la
población, riqueza, etc) pero protegiendo el ambiente, no entendido como que
este no se puede tocar y va permanecer intacto, sino que se va a evitar en lo
posible variarlo y si no, se adoptan las medidas para recuperarlo o
compensarlo. Ahí están las discusiones.
Como manifestó alguien, el desarrollo
sostenible debe servir para dos propósitos: 1. salvaguardar el ambiente natural,
2. salvaguardar también la economía.
Hoy los insensatos, los que usan al
ambiente para hacer politiquería, por supuesto no sinceran los problemas que
trae este modelo universal. Debemos esforzarnos
por aclimatar los ánimos ambientales, empezando por sincerarlos y usar el
sentido común antes que cualquiera otro para solucionar nuestros problemas. Debemos
detener el conflicto social por causa o con la excusa de la protección
ambiental.
Ejemplo: ¿la minería genera impactos? Por
supuesto. Lo hace a veces menos que la ganadería. Pero necesitamos minería para
la construcción de casas, acueductos, infraestructura…
Debemos promover más desarrollo y
sostenible. Y eso no se hace impidiendo crear y estimular las empresas y el
empleo. ¡Tontos! ¡Insensatos! Daño hacen quienes así piensan y promueven más
violencia. Debemos usar nuestra inteligencia para no discutir si dejamos o no
hacer, y en cambio hallar cómo hacerlo mejor. Muy fácil es decir NO. Muy
difícil decir CÓMO.
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