MODELO TEÓRICO DE ECOLOGÍA CURRICULAR
PARA LA EDUCACIÓN BÁSICA Y MEDIA EN COLOMBIA
Diana Marcela Leal Díaz
Actualmente, aspirante al título de doctor.
DOCTORADO EN EDUCACIÓN Y CULTURA AMBIENTAL
Universidad Surcolombiana de Neiva
Este ensayo fue presentado en la asignatura “POLÍTICAS PÚBLICAS Y
PROBLEMÁTICA AMBIENTAL"
La Ley 115 de 1994
o Ley General de Educación además de organizar la Educación Formal en Colombia
en los niveles Preescolar, Básica y Media, precisó que todos los
Establecimientos construirán un Proyecto Educativo Institucional (PEI) que
recogerá los aspectos generales (fines, propósitos, recursos, estrategias
pedagógicas, sistema de gestión, etc.) mediante los cuales garantizarán una
educación de calidad y ajustada a las necesidades de los contextos específicos
de formación (Art. 73. Ley 115 de 1994) y definió el currículo como
“el conjunto de criterios, planes de
estudios, programas, metodologías y procesos que contribuyen a la formación
integral y a la construcción de la identidad cultural nacional, regional y
local, incluyendo también los recursos humanos, académicos y físicos para poner
en práctica las políticas y llevar a cabo el Proyecto Educativo Institucional.”
(Art.76 Ley 115 de 1994)
Pareciera
que la Ley quiso reconocer a los Establecimientos Educativos una cierta
autonomía para el desarrollo curricular, sin embargo, más adelante, las
autoridades educativas a través de Decretos como el 1860 de 1994, el 1290 de
2009,el 1075 de 2015 y documentos como los Lineamientos Curriculares de las
diferentes áreas, los Estándares Básicos de Competencias, los BDA y las
Matrices de Referencia, entre otros, presentados por el Ministerio de Educación
Nacional limitaron la conceptualización inicial a las consideraciones en ellos explicitadas.
Así mismo, la concepción de currículo que se alejó de la perspectiva simplista de
planes de estudio y que presentó como principio orientador el desarrollo del
sujeto como ser social que reconoce la diversidad y la convivencia como
elementos clave para la construcción de país solo alcanzó a ser un esbozó
dentro de la Ley General de Educación. En
la actualidad las autoridades educativas lo han limitado a un conjunto de
competencias estandarizadas que buscan universalizar los aprendizajes de los
estudiantes en respuesta a campos de poder político y económico externos a la
escuela (Montes, 2019, p. 92-95), y que, en su mayoría, tienen una marcada
ideología homogeneizante, globalizadora y occidentalizada. Se evidencia una intencionalidad clara de
desarrollar una inteligencia parcelada (Morin, 1999, p.14), que prioriza la
adquisición de aprendizajes fraccionados, fragmentados, disociados y unidimensionales
por parte de los estudiantes, limitándoles las posibilidades para comprender y reflexionar
sobre sus realidades y para formarse un juicio correctivo o una visión a largo
plazo.
El
currículo en sí mismo encierra una gran complejidad y por ello lo ideal es
empezar por tratar de entenderla y reconocerla [su complejidad] a partir del
estudio de discursos teóricos generados en otros territorios de la educación e
incluso fuera de ella.
El currículo debe verse como un problema de
relación entre la teoría y la práctica, por una parte, y entre la educación y
la sociedad, por otra. Porque el currículo, lo mismo que la teoría que lo
explica, es una construcción histórica que se da en unas determinadas
condiciones. Su configuración y
desarrollo engloba prácticas políticas, sociales, económicas, de producción de
medios didácticos, prácticas administrativas, de control o supervisión del
sistema educativo, etc. (Kemmis, 1986, p. 22)
Sabemos
que son pocos los elementos, fenómenos, actividades y hechos de la realidad
escolar que no tienen alguna implicación con el currículo o que no se ven
afectados por él, pero, paradójicamente, no existe una unidad de criterios que
permita encerrarlo en una definición que sea sencilla, esquemática y
clarificadora.
En
Colombia el abordaje del currículo no puede agotarse en la promulgación de
leyes, normas o documentos sobre los contenidos que deben abordarse en los
diferentes grados escolares o en la definición de los conocimientos básicos
estandarizados que un estudiante debe adquirir en cada nivel de formación, ni
mucho menos en la definición de los tiempos e intensidades que deben
implementarse en cada asignatura o en qué asignaturas deben ser obligatorias y
cuáles optativas. Se hace necesario
apostarle a propuestas que se concentren en pensar, repensar, conceptualizar y humanizar
los procesos educativos, que generen oportunidades de deconstrucción y
desmitificación de los currículos únicos y que sean alternativas, posibles y
viables, de restauración de los vínculos, conexiones y solidaridades entre
ciencia, humanismo, cultura y sociedad (Morin, 1999 en Rodríguez, 2017, p. 427)
en la Educación Básica en Colombia. En este escenario concreto, el pensamiento
ecológico puede aportar significativamente por sus amplias capacidades
mediadoras e integradoras que facilitan el equilibrio y armonización de la
relación individuo-sociedad-ambiente a partir del respeto de la Otredad humana
y no humana. La elección del pensamiento
ecológico como eje central del modelo teórico se da porque es un pensamiento
joven, fresco y no violento que busca detener las ansias de dominación a través
de una comunicación efectiva y un diálogo franco entre los seres humanos y la
Naturaleza (Araujo, 1996, p.2); porque es integrador e incluyente; aspira a
interconectar diversas tendencias, ideologías y corrientes políticas y es una invitación
a reflexionar seriamente sobre cómo oponerse al consumismo y sobre cómo extender
un puente que reconcilie a los seres humanos con la Naturaleza (Sousa, 2010 en
Bravo, 2019, p.5).
Se
plantea la formulación de modelo teórico porque “son una herramienta
fundamental de análisis, descripción y predicción que la ciencia dispone para
llevar a cabo la sistematización, control y comprensión de los aspectos más
relevantes de la realidad física y social” (Calvo, 2006,
p.17). Su construcción implica la
selección de conceptos que se refieren a los aspectos fundamentales de la
experiencia para generar nuevas formulaciones que se aproximen al fenómeno de
estudio y den explicaciones que permitan la comprensión del mismo. Recogiendo lo expuesto
por Morrison (2001), Boniolo (2004), Tarski (1956), Carnap (1947) y Suppe
(1990) quienes clasifican y explican los modelos desde diferentes ópticas, es
posible plantear que un modelo es una síntesis comprensiva de la conjugación
entre la realidad y la representación de la realidad que construye un
observador de un fenómeno, a partir de una serie de enunciados teóricos y
enunciados de observaciones validados por otros observadores (Melo et al., 2014, p.157).
Teniendo
en cuenta que para la formulación del modelo se requiere cuestionar las teorías
existentes y realizar nuevas inferencias se utilizará el método abductivo, que
según Atocha produce un cambio epistémico porque se dispara por una sorpresa
que genera duda, novedad o anomalía; de ser novedad su explicación se calcula y
se incorpora a la teoría por una operación de extensión, y en anomalía, se
revisa la teoría para que no esté en conflicto con el hecho de explicar, luego
se calcula la explicación y se incorpora a la teoría por expansión (Atocha,
1998, p.12).
La abducción es esa operación de la mente que
permite explicar el avance del conocimiento y a la vez pone de manifiesto la
relación de la razón con el resto de la persona, pues si no existiera esa
relación no sería posible el más mínimo avance. La abducción pone de manifiesto
que lo racional no puede dejar de lado cosas que son propiamente humanas, como
los sentimientos e imaginaciones. (Barrena, 2003, p.385)
Finalmente,
es importante precisar que el modelo será un aporte importante en los procesos
de deconstrucción curricular con un enfoque de fortalecimiento de la cultura
ambiental porque presentará una opción de pensamiento ubicado desde el
biocéntrismo, con una perspectiva de prevención y centrado en la búsqueda del
buen vivir o pleno vivir. Al enfocarse
en la ética conforme a la que deben relacionarse las personas entre sí y con la
naturaleza, en términos de complementariedad y equilibrio, concurrirá al
fortalecimiento de capacidades de ajuste de comportamientos potencialmente
lesivos, contribuyendo con ello a la generación de una cultura ambiental en
consonancia con la orientación dispuesta en la Ley 1549 del 4 de julio de 2012
de formar:
“…personas críticas y reflexivas, con capacidades
para comprender las problemáticas ambientales de sus contextos (locales,
regionales y nacionales). Al igual que para participar activamente en la
construcción de apuestas integrales (técnicas, políticas, pedagógicas y otras),
que apunten a la transformación de su realidad, en función del propósito de
construcción de sociedades ambientalmente sustentables y socialmente justas.”
(Art.1)
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